¿Cuál es el objetivo de su visita a Canarias?

Me he reunido con el obispo y con el Secretariado de Migraciones y tengo programadas varias visitas a centros de migrantes, tanto de adultos como de mayores, para conocer los diferentes proyectos. En la Casa de la Iglesia, presenté la exhortación pastoral Comunidades acogedoras y misioneras, que fue un espacio abierto al diálogo. A esta cita acudieron algunos vecinos del barrio de La Isleta, que relataron una situación de impotencia y de abandono institucional muy fuerte, pues sienten que el barrio está viviendo un momento difícil y no son escuchados. También me tocó el corazón escuchar las dificultades que tienen los migrantes a la hora de empadronarse, a pesar de que es una obligación de los ayuntamientos atender esta demanda de la ciudadanía. Otro tema importante es el difícil acceso a la vivienda, un factor que no ayuda a la integración y la emancipación de los migrantes.

¿Cómo se implica la Iglesia en la gestión de la crisis migratoria?

La Iglesia tiene un papel subsidiario, puesto que la primera responsabilidad en la atención a las personas migradas y refugiadas siempre es de las administraciones públicas. La Iglesia tiende la mano las administraciones públicas para colaborar en la protección, promoción e integración de los migrantes. Esta labor la hace a través de un modelo de acogida integral, que va más allá de cubrir sus necesidades básicas de alimento y techo. Las diócesis canarias continúan poniendo a disposición de las personas migradas sus recursos y sigue trabajando en los corredores de hospitalidad, a través del Secretariado de Migraciones. La Iglesia trabaja para buscar soluciones al desafío de las migraciones.

¿Las migraciones se han convertido en un arma política?

Sí. Se está cayendo en la tentación de instrumentalizar las migraciones y utilizarlas políticamente para aumentar la sensación de miedo, especialmente, relacionándola con la inseguridad. Sin embargo, al leer las cifras globales vemos que esto no es así y es posible desmentir ese bulo con datos. En muchos lugares se realizan buenas prácticas de integración y atención a la población migrante, lo que contribuye al bienestar económico, social y cultural. La Iglesia reconoce la aportación de las personas migradas y es consciente de que revitalizan nuestra sociedad.

¿Qué papel juega la fe y la espiritualidad en la vida de los migrantes?

Supone un apoyo fundamental. Ellos viven con mucha naturalidad su relación con Dios, sea cual sea su religión. Es algo que tienen muy presente tanto en su día a día en los países de origen, como durante el peligroso tránsito migratorio. La fe es el único asidero para muchos de ellos.

¿Qué puede hacer la sociedad para mejorar la integración de los migrantes que, en muchos casos, se quedan en los márgenes?

Creo que la sociedad ya está tomando conciencia de que la migración está conectada con realidades como la guerra, la violencia, la hambruna o la falta de recursos. Estos factores les empujan a buscar un futuro mejor en otros lugares. Tenemos que cambiar la mirada y centrarnos en entender que las migraciones suponen una oportunidad. Vivimos en un invierno demográfico y todos los estudios confirman que necesitamos mucha mano de obra para sostener el futuro de nuestro estado de bienestar. Ser católico significa abrazar la universalidad y la diversidad y esto es algo que hemos de hacer poco a poco.

Sin embargo, los sectores más conservadores de la sociedad, que suelen ser los que están más cerca de la Iglesia, son también los que más rechazan las migraciones. ¿Cómo casa eso con los valores del catolicismo?

A nivel mundial, la mirada respecto a las migraciones está condicionada por un discurso populista y cercano a la extrema derecha. Se utiliza a los migrantes como chivo expiatorio para, justamente, distraer de los problemas que preocupan mucho más a las personas. Esta instrumentalización, que en algunos casos llega a ser criminalización, es algo que la Iglesia está denunciando y tenemos trabajar para descontaminar esos pensamientos.

¿España es un país de acogida?

España es una sociedad acogida y Canarias es una sociedad de acogida. Por determinadas decisiones europeas, las Islas se han convertido en un territorio de retención por ser la frontera sur del continente. Aun así, los canarios están teniendo una actitud muy acogedora y han tenido mucha más empatía de la que se puede percibir a través de los medios de comunicación.

¿Qué le parece el Pacto de Migraciones y Asilo de la Unión Europea?

En la Iglesia vemos con muchísima preocupación este pacto europeo, pues creemos que recorta los derechos de asilo. Además, consideramos que no explora el posible desarrollo de las vías seguras y legales, a través de la colaboración con los países de origen y dejando de lado a las mafias. Creemos que el pacto va en contra de los valores europeos.

¿Existe voluntad política real para crear esas vías seguras que eviten que los migrantes se jueguen la vida para llegar a Europa?

Hay intentos por parte de algunas administraciones, a través de la contratación en origen. En primer lugar, esto requiere escuchar la realidad de las personas migradas, que pueden dar pistas sobre cómo mejorar las políticas migratorias; y, en segundo lugar, es fundamental la colaboración entre países. La apertura de vías seguras es un proceso muy abierto, que no se puede diseñar desde un despacho. Por eso, yo reclamaría una mesa de diálogo, en la que replantear las políticas migratorias. Las vías seguras son posibles, pero primero hay que salvar obstáculos como la gestión de los visados. En muchos estados africanos no hay consulados de España y tienen que recorrer muchísimos kilómetros para ir a otro país en el que tramitar un visado que, muy probablemente, no les van a dar. Otra realidad de la que se habla poco es la del derecho a trabajar. Cuando llegan a España se les está obligando a pasar tres años en la economía sumergida, en lugar de hacerles partícipes del sistema desde el primer momento. A los migrantes se les trata de disuadir, poniéndoles delante un paisaje de sufrimiento. Se les dice que no van a poder entrar, después que no van a poder trabajar, que no tendrán acceso a la sanidad, que no van a poder gestionar sus papeles… Migrar es una carrera de obstáculos.

En este momento, en Canarias hay un grave problema con la atención de los menores migrantes que han llegado de forma irregular y sin el respaldo de un adulto. ¿Hay esperanza para esos jóvenes?

La juventud y la esperanza son dos realidades que se acompañan. El joven siempre es un signo de esperanza. A mí me ha dado mucha esperanza encontrar a jóvenes extutelados que, aunque no tengan casi nada aquí, no quieren ir a otros territorios porque quieren arraigarse en las Islas. Lo que no tiene justificación es la falta de solidaridad entre comunidades autónomas para acoger a los menores, no solo para darles techo y comida, sino para acompañarles en el proceso que les capacite para integrarse laboral y socialmente. No es de justicia que Canarias esté sola para atender a los jóvenes no acompañados.

Fuente: eldia.es