La política migratoria es uno de los ejes de la presidencia española de la UE a lo largo de este semestre. Jean-Cristophe Dumont es el autor principal del International Migration Outlook que elabora la OCDE. Estuvo esta semana en Barcelona para participar en un encuentro en el Cercle d’Economia.

¿La inmigración es buena para la economía?

Si las migraciones están bien gestionadas, son rentables para los países de acogida y para los inmigrantes mismos. Pero con ciertas condiciones: que estas personas que llegan puedan poner en valor sus competencias, integrarse en el mercado laboral y contribuir fiscalmente. De hecho, se ha demostrado que en todos los países de la OCDE sin excepción los inmigrantes contribuyen más en cotizaciones sociales e impuestos de lo que reciben en concepto de prestaciones individuales, educación y sanidad incluidas. Incluso si se incluyen bienes públicos como infraestructuras, policía o justicia, el balance final es positivo. En el caso de España, por ejemplo, los inmigrantes contribuyen a financiar el 13% de los gastos militares, del Estado central y del coste de intereses de la deuda.

¿Y en términos de empleo?

A corto plazo puede haber efectos negativos sobre el salario o la tasa de paro, pero son marginales y afectan a aquellos perfiles de trabajadores que son próximos al grupo de inmigrantes. Pero hay una literatura que confirma que después de cinco a diez años estas distorsiones desaparecen y los efectos se vuelven positivos de forma sistemática.

¿Entonces por qué hay una creciente hostilidad hacia los inmigrantes en Occidente?

Se necesita una política pública para acompañar a los inmigrantes en los países de acogida. Hay varias opciones. Está el caso de Canadá, que selecciona su inmigración: el 60% tiene un diploma superior. Los que llegan a Canadá reciben un curso de idioma, se les ayuda en la equivalencia de títulos, se les asesora con la vivienda. Es una inversión económica, para sacar provecho de las competencias que llegan de fuera. A los inmigrantes hay que acompañarles, si no, se quedan al borde del camino y supondrán un coste.

La percepción de la opinión pública es que hay cierto descontrol.

Hay una mayoría de ciudadanos que creen que hay más inmigración irregular que regular. Y es totalmente falso. El grueso de la inmigración tiene lugar con permisos de trabajo, de residencia, de reagrupación familiar. No hay que negar que existen unos flujos irregulares, pero son solo una fracción sobre el conjunto. Las imágenes de las pateras en Canaria, el colapso en Lampedusa, los ucranianos que huyen de la guerra… son potentes, pero hay que mirar las cifras también.

¿Y qué dicen las cifras?

Por ejemplo, en Francia, los ciudadanos creen que los inmigrantes son más del doble de lo que real­men­te son. Sí, hay barrios saturados, casos de criminalidad asociada al colectivo… Son situaciones que existen, pero hay una visión de la realidad deformada.

¿Qué se desprende del último estudio de la OCDE?

Que el 2022 fue un año histórico en lo que se refiere a las migraciones en la OCDE, con aumentos en todas las categorías y en casi todos los países. Y la buena noticia es que las tasas de empleo de los inmigrantes son también históricas.

¿Y estos inmigrantes se quedan o luego vuelven?

La inmigración permanente ha subido un 26% en comparación con el año anterior. Hablamos de seis millones de personas, es una cifra enorme. Y sin contar a los ucranianos. El resto de las categorías también ha registrado aumentos: la temporal se ha disparado un 74%; la estudiantil, un 46% (los chinos), y la de asilo, un 90% (sirios y afganos). Al mismo tiempo, ha aumentado la tasa de empleo de los nativos, con lo que la inmigración no va a costa del ­trabajo de los ciudadanos nacionales.

¿Qué desafío es la inmigración para un país como España?

España ha pasado muy rápidamente de ser un país de donde salían emigrantes a uno que acoge. Ocurrió lo mismo con Portugal e Irlanda a principios de los 2000. En la integración del mercado laboral, el balance es favorable: las diferencias respecto a los nativos son limitadas. El hecho de tener un idioma común con América Latina también ayuda. El número de irregulares es bajo. Ahora bien, si se mira la tasa de empleo de los inmigrantes, la mayoría trabaja en sectores de baja cualificación y además pueden desempeñar ta­reas por debajo de su formación. Y cuando tienen una alta cualificación, su tasa de empleo es un 13% más baja que la de los nativos. Así que hay margen de mejora.

¿Se emigra por elección o por obligación?

El 40% de la inmigración en los países de la OCDE es migración familiar. No debemos reducirlo todo a la inmigración laboral y a la utilidad económica de la inmigración. Hay que reconocer el de­recho a vivir en familia. La mi­gración no es tampoco la solución al envejecimiento demográfico, porque para ello habría que multiplicarla por diez.

¿El inmigrante hace trabajos que el nativo ya no quiere hacer?

En esta fase de transición tecnológica, necesitamos más trabajadores. Esto vale para las profesiones altamente cualificadas, pero también las que lo son menos, como la seguridad y el trabajo doméstico. Los fondos públicos de recuperación requieren a personas que los pongan en marcha. Y en las profesiones en declive, las que pierden empleo cada año, los inmigrantes representan el 32%, como el sector metalúrgico, la minería o trabajos artesanales.

Fuente: lavanguardia.com