Alto y claro, una vez más, el papa Francisco, en continuidad con sus antecesores, durante el ángelus del 28 de agosto, condensó en dos frases el punto de vista católico respecto a las migraciones. El magisterio de la Iglesia contenido en su doctrina social. Lo que se traduce, por tanto, en criterio de orientación y decisión para todo fiel católico. «Dios está con nuestros migrantes y no con quienes los rechazan». Esta enseñanza enraizada en las Sagradas Escrituras no deja dudas respecto a lo que Dios espera de nosotros en relación con las personas migradas, desplazadas o refugiadas que quieran labrarse aquí un futuro en paz.

El lema para la 110ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado refuerza esta idea. Una buena noticia que visibilizamos y predicamos en cada Eucaristía: Dios camina con Su pueblo. Dios está con nuestros migrantes y no con quienes los rechazan. Por tanto, no es de recibo un rechazo sistémico ni sistemático.  Tomemos nota todos los hijos de la Iglesia, especialmente quienes trabajan en los ámbitos políticos, legislativos, judiciales, comunicativos o en los diferentes servicios sociales o pastorales. Porque vista la realidad, los comentarios y actitudes de algunos, no es algo que podamos dar siempre por supuesto.  Por ello, tratemos de responder a la pregunta que el papa Francisco pronunció en ese mismo contexto de oración: «Y os pregunto a vosotros: ¿vosotros rezáis por los migrantes, por los que vienen a nuestras tierras para salvar la vida?».

El mero planteamiento de la pregunta manifiesta que sigue siendo muy necesaria la Jornada del Migrante y del Refugiado, instituida por Benedicto XV en 1914, inspirado por las iniciativas de san Pío X respecto a los migrantes.

¿Rezamos por los migrantes?, ¿Por todos los migrantes? ¿Queremos echarlos? Si rezamos bien, ¿cómo puede ser que aniden o se promuevan entre algunos de nosotros la indiferencia, el miedo o el rechazo a las personas migradas bajo cualquier excusa? Toda oración es performativa y si está bien hecha nos asemeja al Señor cuya compasión no conocía fronteras, dejándose tocar en el corazón por los más vulnerables, incluso aunque no profesaran la fe de Israel.

Quien promueve de pensamiento, palabra, obra u omisión el rechazo en su corazón o la expulsión indiscriminada de las personas migradas, corre el peligro de estar expulsando al Dios de Jesús de su vida. Esto es triste. Porque con Jesús aprendemos la pedagogía de la cercanía, la compasión y la misericordia incondicional, como queda atestiguado en el Evangelio. Además, en el capítulo 25 de san Mateo se recoge la pregunta que Jesús nos hará en el atardecer de la vida: ¿has amado de verdad? ¿Has practicado la misericordia, también hacia los migrantes? La fe católica enseña que todo ser humano es nuestro hermano, así de radical y contracultural. De ello estriban consecuencias prácticas. Lo recordamos con cada padrenuestro.

La Jornada del Migrante y del Refugiado toca nuestras conciencias al menos una vez al año, no la silenciemos. Así evitaremos que nos suceda como a algunos protagonistas de Mt 25, que, siendo tan religiosos, preguntaban atónitos: «Pero, ¿cuándo te vimos, Señor?». Tenemos toda una vida para madurar esa mirada desde la misericordia, la empatía, la cultura de la vida y la vida de gracia. Si en tu interior anida la indiferencia, propagas o te alimentas de bulos que acrecientan el odio al extranjero o al migrante, todavía no has aprendido a mirar o amar como Jesús.

Es posible compaginar acogida, vías legales y seguras con el derecho a la seguridad nacional. No es hora de callar, sino de cuestionar, argumentando aquellos relatos y teorías de la invasión que faltan a la verdad. De buscar más allá de recetas simplistas, el fondo de los problemas, sus conexiones. El fenómeno social es mucho más complejo y global. No se trata solo de los migrantes, hay otros intereses, problemas estructurales, socioeconómicos o culturales que afectan nuestro modo de vivir y pensar. Tenemos como sociedad un desafío importante que pasa por una regeneración moral integral y global. No son problemáticas las personas, al menos no todas las personas, sino las causas que provocan las migraciones o el modo de facilitar o torpedear su integración.

Conviene leer y documentarse para refutar el mantra del efecto llamada, porque esconde el efecto expulsión, ese que no se está abordando a nivel nacional ni internacional. Mientras los gobiernos de los Estados no afronten la geopolítica con la interacción entre este efecto expulsión y el terrorismo, las guerras híbridas, las tiranías, el extractivismo, la corrupción, la demografía, la crisis del clima o la falta de acceso a la educación, muchas personas continuarán sin el derecho a no migrar, empujados a la movilidad forzada, como haríamos nosotros.

Pacto nacional integral

En ese sentido, emplazamos a nuestros representantes políticos a trabajar ya por una regularización extraordinaria de personas migradas en nuestro país y por un pacto nacional e integral de migraciones que, centrado en el bien común, responda a las necesidades reales de la población y la ciudadanía tanto autóctona como migrante. No tenerlo aboca a la improvisación, a mayor fractura en la sociedad y mayor sufrimiento de los vulnerables.

La Iglesia en España, cada vez más diversa culturalmente, camina con nuestros hermanos migrantes, que la revitalizan. Aborda sin ingenuidad ni miedo los desafíos, comparte proyectos solidarios y busca en el Espíritu de Cristo el antídoto contra la deshumanización y las fobias que desfiguran nuestra civilización, el odio al pobre o al extranjero. Contamos con el testimonio de mucha gente buena y una valiosa reflexión de referencia que actualiza nuestra misión y nos facilita el cambio en la mirada, la mentalidad y las estructuras para intentar hacer más transparente nuestra predicación y adhesión al Evangelio de la vida y de la paz. Se trata de la exhortación pastoral Comunidades Acogedoras y Misioneras, semillero de profecía, comunión y esperanza.

Fuente: revistaecclesia.es