La Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (CEE) rubricó el pasado 8 de marzo la exhortación pastoral Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes, que, tras un largo período de reflexión y trabajo compartido, se ha partido de la escucha a las delegaciones diocesanas, al grupo de pensamiento del Departamento de Migraciones y del anterior documento de referencia del 2007 La Iglesia en España y los inmigrantes para «actualizar la identidad y el marco de referencia de la pastoral con personas migradas. Y ofrecer desde la diversidad (…) algunas claves que contribuyan a afrontar los desafíos del futuro en una realidad eclesial que en muchos lugares será minoría creativa y significativa». Apreciando unas estadísticas que van desde 1994 hasta la actualidad —en lo que va de siglo, nuestro país ha pasado de recibir a 1,6 millones de extranjeros a acoger a 7,5 millones, además de dos millones de personas migrantes de segunda generación—, el preámbulo del documento concluye que, teniendo en cuenta que el futuro de la sociedad y de la Iglesia en España pasa por la plena incorporación de las personas migradas, «o somos una Iglesia acogedora y misionera, o no seremos».
Para ello, la exhortación apela a los cuatro verbos que, según el Papa, deben articular la respuesta de la Iglesia a las personas migradas y refugiadas —acoger, proteger, promover e integrar—, apostando por «una lectura creyente de este signo de los tiempos». Esta forma de estar en el mundo, se detalla, «resulta incompleta si no reconocemos la valiosa aportación de las personas migradas a nuestra sociedad y nuestra Iglesia», por lo que se invita al pueblo de Dios a ensalzar el trabajo, crecimiento personal y profetismo que aportan estos colectivos, así como la oportunidad de acercarse a Dios y crecer que se nos brinda tanto a nosotros como a nuestras comunidades. Debido a la alarmante deriva de la actualidad mundial y europea, se acompañan estas recomendaciones con una petición expresa a «ser críticos con narrativas que utilizan a los migrantes o refugiados como arma política», así como a ser «parte de las narraciones positivas y el servicio a la verdad».
Tras un primer epígrafe dedicado al contexto sociológico, el documento propone «vivir la catolicidad», ofreciendo un testimonio de credibilidad ante «la cruz, donde se hace presente Jesucristo y donde opera la fuerza del resucitado», pues «las migraciones constituyen uno de los principales dolores del momento actual y pueden ser interpretadas como manifestación de las estructuras de pecado». De esta forma, abrazar la cultura de la vida nos lleva a decir que «no es tolerable que se siga dejando morir a las personas en las fronteras, en los desiertos o en el mar». Por ello, se suma a la petición del Papa para una apertura de vías legales y seguras.
Como criterios de acción concreta, la CEE insiste en el derecho a no tener que migrar, que se sustancia en la posibilidad de «vivir en paz y dignidad en la propia patria». Esta atribución tiene complemento perfecto en su opuesto, es decir, en el derecho a migrar y a la ciudadanía mundial, pues, siguiendo a san Juan Pablo II, se asegura que «la pertenencia a la familia humana otorga a cada persona una especie de ciudadanía mundial (…), dado que los hombres están unidos por un origen y supremo destino comunes». En ninguna máxima nos reconocemos como hermanos como en el padrenuestro. «En la diversidad sobresale una identidad común: la radical dignidad que Dios nos otorga».
En lo referente al tipo de pastoral, se promueve y pide dinamizar la presencia de personas migradas o de quienes fueron migrantes en la pastoral diocesana. Se llama a «un cambio que va más allá de las estructuras, a un cambio de mentalidad» en la acogida y hospitalidad —«aprender a mirar con los ojos del buen samaritano», pues «una espiritualidad centrada en Jesús que no lleve a la compasión y a la hospitalidad no es realmente cristiana»—, redundando en un ajuste de los procesos evangelizadores más que necesario que nunca, a la luz de cómo ha cambiado el lugar y las condiciones concretas de los destinatarios. «Esto requiere un trabajo de reflexión y animación diocesana que procure a los migrantes, según su propia idiosincrasia, la cercanía y acompañamiento necesarios para evitar una nueva migración a otros lugares o cultos no católicos donde se sientan más arropados y acogidos también espiritualmente».
En este sentido, se anima a fomentar el diálogo ecuménico y el interreligioso, sin perder de vista, de cara a la sociedad, que «cada comunidad eclesial, como cada tradición religiosa, pueden aportar su compromiso a favor de la vida, la paz, la convivencia social, los problemas sociales o medioambientales».
Signos de esperanza
Por tanto, se pretende «pasar de entender la acción pastoral para los migrantes a concretar una acción pastoral con los migrantes, tratando de centrar la misión no tanto en ellos, sino en un nosotros cada vez más grande». Y se ofrecen signos de esperanza y comunión para alentar a diócesis y comunidades a replicar y participar en proyectos como las mesas de migraciones, lideradas por las delegaciones o secretariados de Migraciones, que, coordinados con las Cáritas y las CONFER diocesanas, contribuyen a agilizar dispositivos de acogida y posibilitan la misión transversal, en red y por proyectos. También se destacan la Mesa del Mundo Rural, para contribuir a la repoblación con familias migradas; los Corredores de Hospitalidad, inspirados en los corredores humanitarios, para el traslado de jóvenes extutelados desde Canarias; la iniciativa Hospitalidad Atlántica, en red con países de África noroccidental; los Círculos de Silencio, como espacios públicos de sensibilización y reivindicación de los derechos de las personas migradas; o las acciones del Departamento de Trata de la Conferencia Episcopal.
Del mismo modo, que se plantee un diálogo entre el Departamento de Migraciones y la Comisión Episcopal para el Clero y Seminarios, de cara a la formación del capital humano, diseño de materiales —se destaca la Guía Atlántica de la Hospitalidad y la Guía de recursos para migrantes— y otros proyectos de capacitación o formación en varios niveles.
La exhortación, abierta a la rapidez de los cambios, admite la probabilidad de que «este documento necesite ser revisado y actualizado dentro de unos años», y expresa su agradecimiento a todas las personas comprometidas en la pastoral con migrantes, animando a abrazar la diversidad cultural como una oportunidad y una misión que facilite que todos encontremos «un hogar espiritual en nuestras parroquias y comunidades de referencia, que son las que garantizan la inculturación a largo plazo».
Fuente: revistaecclesia.es
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