Abou Sangaré era menor de edad cuando salió de Guinea. Cruzó Mali, Argelia, Libia, el Mediterráneo e Italia. Se jugó la vida para ayudar a su madre enferma, que no tenía medios para cubrir sus necesidades médicas. Llegó a París en 2017 con 16 años.
Le rechazaron la solicitud de regularización varias veces y en julio de 2024 la ley dijo que debía abandonar el país. Un último y desesperado intento funcionó y Sangaré logró un permiso de residencia de un año.
“He conocido la miseria, he vivido lo mejor y lo peor”, dijo en la gala de los premios César de la Academia del Cine Francés, en la que se alzó con el galardón al mejor actor revelación por su trabajo en La historia de Souleymane, película de Boris Lojkine que se hizo con tres reconocimientos más.
Estos premios se sumaban a los conquistados en Cannes (Premio del Jurado y actor, en la sección Un Certain Regard) y a los del Cine Europeo (actor) y Gijón (actor), que recompensaban la verdad de una historia que le hace falta a Europa para dejar de mirar a refugiados y migrantes como números y empezar a pensar en ellos como personas.
“Es muy importante hacer películas sobre migrantes y sobre africanos, que no sean arquetipos. Hay un montón de películas sobre migrantes que representan ideas abstractas y hay que parar de hacer esto, hay que hacer películas con personajes de verdad”, afirma el director y guionista. “Sólo cuando consiga sus papeles de residencia sentiré que he terminado mi película”.
El París de los repartidores
La historia de Souleymane es la de dos días en la vida de este joven, un hombre que salió de Guinea e intenta ahora abrirse paso en la Europa hostil, en Francia.
Mientras trabaja como repartidor —con una cuenta alquilada a su titular—, intenta conseguir dinero para pagar al tipo que supuestamente le va a ayudar a construir una historia creíble con la que conseguir el permiso de residencia. Duerme en refugios, está solo, soporta la indiferencia absoluta de los ciudadanos europeos, el abuso de las mafias y sufre una angustia constante.
Narrada casi como un thriller, la película recorre el París de los repartidores, el que no miran ni ven los franceses y los turistas, el París de los excluidos. Es el mismo paisaje que rodea a Abou Sangaré, elegido en un casting realizado entre cientos de guineanos migrantes.
Mecánico de profesión, este hombre no había trabajado como repartidor nunca ni había tenido que soportar la presión de las mafias ya en Francia. Él llegó al país siendo menor de edad y el recorrido legal es diferente.
La realidad de Abou Sangaré
“Yo no he vivido todas las experiencias de Souleymane, pero las conozco. Lo del alquiler de las cuentas de reparto para trabajar en la cuenta de otra persona, por ejemplo, me lo han contado compañeros, sé que hay gente que tiene esos negocios”, explica Abou Sangaré, que a pesar de haber recibido encendidos y muy merecidos elogios por este trabajo, no tiene intención de dedicarse al cine.
“Estoy muy agradecido por la experiencia que me ha dado el cine, porque me ha permitido ser autónomo, me ha dado una nueva vida que no me podía imaginar, pero no estoy buscando nuevos papeles”, dice, “aunque tengo un agente que se preocupa de eso y si aparece una película como esta, pues seguramente aprovecharé la ocasión”.
Sangaré repite una vez más: “Pero no tengo la intención de convertirme en actor”, y añade: “Yo soy mecánico, un trabajo que he aprendido desde que era niño y que es algo que domino”.
Exigencia de hiperrealismo
Con La historia de Souleymane, Boris Lojkine quería convertir la película en “una experiencia para el espectador, porque todos vemos repartidores en nuestro día a día, nos cruzamos con ellos, pero no nos fijamos mucho en ellos”.
El director explica: “Yo quería que la película propusiera la experiencia al espectador de pasar dos días con Souleymane para intentar cambiar la forma en que miramos a los migrantes”.
Lojkine también afirma: “De hecho, mucha gente que ha visto la película, luego me ha dicho que ahora cuando ven a un repartidor, piensan que detrás de cada una de estas siluetas que ven pasar hay una historia, y una historia siempre es singular”.
El cineasta, que ha buscado realismo y verdad para su película, explica: “Hicimos un casting solo de no profesionales y entre migrantes guineanos porque es lo que correspondía a la exigencia de hiperrealismo que yo quería para la película”.
Y es que, como reconoce: “A menudo en el cine, cuando representamos personajes africanos, tiramos un poco de cualquier cosa y eso me choca mucho”, como cuando “Para representar a un senegalés llevamos a alguien que viene de Costa de Marfil o para interpretar a alguien que se supone que ha llegado recientemente a Europa llevamos a alguien que ha nacido y se ha criado en Francia…”
El director concluye diciendo: “No se puede mezclar todo así, no haríamos eso con los europeos, así que ¿por qué lo hacemos con los africanos?”.
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