Cinco rostros de mujer, cinco rostros de la inmigración en Andalucía: salir del abismo con un futuro por vivir

Millones de personas en todo el mundo abandonan su país de origen cada año. Lo hacen huyendo de una pesadilla, en busca de un sueño, como reto personal o simplemente empujadas por la curiosidad o el afán de conocimiento. La Declaración Universal de Derechos Humanos les asiste en su artículo 13: “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar”. Sin embargo, la realidad, en la mayoría de los casos, les da la espalda. Son millones cada año y aunque las cuantifiquemos no son números, son personas con nombre e identidad única, con una vida que dejan atrás, con un futuro por vivir.

Aquí están las historias de cinco mujeres de Colombia, Perú, Somalia y Mali. Tres latinoamericanas (hay una madre con su hija) y dos africanas. Huyen de la extorsión, las de Cali; del maltrato machista, la de Perú; de la guerra, la de Mali; y la de una sociedad que mantiene totalmente sometidas a las mujeres, la de Somalia. Es necesario humanizar a los inmigrantes, ponerles rostro y nombre, visibilizarlas, más aún en estos oscuros tiempos que vivimos.

Madjenin, Karmen, Umeyma, Luz y Brenda han sido participantes del programa de personas refugiadas de Cruz Roja. Todas ellas han vivido temporalmente en una casa de acogida, por la que pasan cada año muchas personas llegadas de todo el mundo. Es una isla en medio de un océano gracias a la excepcional labor que realizan las personas que allí trabajan. Por unos meses se convierten en madres, padres, amigas, hermanas… Cuando abandonan la casa muchas tienen las herramientas para poder retomar su vida, otras siguen necesitando ayuda, pero todas han tenido la fortuna de cruzarse en su camino con un equipo de personas solidarias y generosas que cada día hacen lo imposible por rescatarlas del abismo.

Madjenin Diakite nació en Mali. En octubre de 2020, con 22 años, se vio obligada a abandonar su aldea, asediada por un grupo yihadista. Atrás dejó a sus dos hermanos menores, Aïcha y Mohamed, y a su padre, Aboubakar. Nunca había salido del lugar que la vio nacer. Absolutamente sola, durante dos años transitó por varios países de África. Entró a Europa a bordo de un cayuco que desembarcó en la isla italiana de Lampedusa. En 2023 llegó a España. Nunca tuvo escuela. En la actualidad habla francés y español, trabaja, vive con su pareja, es madre y a ella y a su hija el Gobierno les ha concedido protección internacional.

Madjenin se cruzó en mi vida una mañana de octubre de 2023. Ese día yo la vi pero ella no me vio. Sus ojos seguían en el corazón de África. Todo en su mirada era horizonte infinito. Callaba y ese silencio me caló hasta los huesos porque comprendí que escondía un desgarro. La vi y ella no me vio pero supe en ese preciso instante que había llegado a mi vida para quedarse, ella y la vida que llevaba en el seno de su vientre.

Nació en febrero de 1998 en Farabougou, una población de apenas 2.000 habitantes en el centro de Mali, en la región de Ségou. Sus padres, ella y sus dos hermanos menores vivían de cultivar un pequeño huerto.

Cuando Madjenin tenía 13 años su madre falleció como consecuencia de un mioma en el útero, algo simple en occidente. Al fallecer su madre ella se hizo cargo de sus dos hermanos, Aïcha, la mayor, tenía 2 años, Mohamed, 1. Dejó de ser hermana para convertirse en madre siendo una niña.

En octubre de 2020, un grupo yihadista vinculado a Al Qaeda sitió durante 15 días Farabougou al calor de un conflicto étnico larvado entre los bambara y los fulani, etnias que agrupan a granjeros y agricultores, los primeros y a pastores, los segundos. El ejército de Mali tuvo que distribuir vía aérea alimentos y ayuda humanitaria para atender a la población sitiada. Por aquellos días, Aboubakar le dijo a su hija Madjenin que debía marcharse antes de que, como mujer, fueran a por ella.

Mauritania, Argelia, Túnez, Italia…

Salió de su aldea prácticamente con lo puesto y con un “pequeño móvil” que su padre le dio para que pudieran comunicarse. Días después de subirse a un autobús junto a otras mujeres las asaltaron. Madjenin perdió su “pequeño móvil”. Nunca más ha vuelto a saber nada de su padre ni de sus hermanos.

Durante dos años atravesó Mauritania, Argelia hasta llegar a Túnez. Aprendió francés por el camino y a vivir como una nómada sin saber cuál sería su destino.

En marzo de 2023 embarcó en Túnez a bordo de un cayuco con destino a la isla italiana de Lampedusa. Tres días navegando por un inmenso mar que jamás había visto, atenazada por el miedo y la angustia. Lloró cuando llegó. Lloró de soledad y tristeza. Nadie la esperaba en Italia, a otros compañeros de travesía, sí. “Nunca más quiero sentirme así de sola”, confiesa.

De Italia a España de la mano de varias organizaciones no gubernamentales llegó a Córdoba el 8 de abril de 2023. Conoció a Seydú. En julio Cruz Roja la admitió en el programa de personas refugiadas en Sevilla. Ese mismo mes supo que estaba embarazada.

Madjenin no hablaba. Calma y serena, contemplaba el mundo y escondía su dolor con una elegancia sobrecogedora. Aprendió rápido a hablar español y poco a poco, a medida que su embarazo avanzaba, su pena se amortiguaba.

El 4 de febrero de 2024 llegó al mundo Awa Samira. Por primera vez en España, Madjenin sonrió. Estaba feliz, sabía que nunca más iba a estar sola, dijo en una tarde entre lágrimas, la misma tarde en la que confesó que ya solo le quedaba un dolor en su corazón: no saber nada de sus hermanos. En diciembre de 2024 se trasladó a vivir a Córdoba con Seydú y su pequeña Samira.

La noche del pasado 23 de junio, casi cinco años después de verse obligada a huir de su país y de abandonar a su familia, Madjenin se reencontró con su padre y sus hermanos. Gracias a la mediación de su compañero, Seydú, los localizaron en una población próxima a Bamako, la capital de Mali. Ellos le confesaron entre lágrimas que la daban por muerta, ella nunca había perdido la esperanza de volver a verlos.

Karmen Morales nació en Lima, Perú. Tras décadas de malos tratos y abusos continuados decidió abandonar su país de la mano de su pareja, que terminó por traicionarla. En marzo de 2023 llegó a Madrid. Atrás dejaba a dos hijas, de 20 y 24 años, y a un hijo de 23. En abril solicito asilo. Buscó empleo, techo y comida, pero finalmente terminó pidiendo ayuda a Cruz Roja, que la admitió en el programa de personas refugiadas. En noviembre de 2023 la organización la trasladó a Sevilla, a donde llega sumida en una depresión de la que tiene que ser tratada. Ocho meses más tarde, en julio de 2024, encuentra trabajo, alquila una habitación y abandona la casa de acogida. Actualmente encadena empleos temporales, sigue esperando que le concedan asilo y vive solo con un anhelo: poder traer a España a sus hijos.

En otoño de 2023, sentada en la recepción de la casa de acogida donde entonces vivía, estaba arreglada como para salir a su trabajo, con su eterna sonrisa en los labios, formal, discreta y esperando a saber qué, porque esa mañana Karmen no tenía nada especial que hacer ni una cita a la que acudir. Pero ahí estaba, esperando.

Karmen tiene 47 años, pero la inocencia de una niña, una niña fuerte aunque ella no lo sabe, capaz de soportar y superar los duros golpes que le ha dado la vida, y eso la hace muy grande.

Nació en el seno de una familia de clase media. El padre tenía una imprenta. Las relaciones entre sus padres eran tormentosas, incluso Karmen recuerda que el padre en una ocasión pegó a su madre. En ese ambiente creció.

A los 20 años inició una relación con un hombre que la maltrató durante dos años. Frente a los golpes no encontró consuelo en su madre, solo una tía suya la ayudó a huir de aquel infierno al que volvería. Apenas un año después se juntó con otro hombre, el padre de sus tres hijos, que durante cinco años también le destrozó la vida y no solo con agresiones, que también, sino quitándole a los dos hijos que entonces tenía de 5 y 6 años. Acostumbrada a recibir golpes sin defenderse, encajó éste del mismo modo. Nadie tampoco en este caso la ayudó. “No lo he superado y nunca me lo perdonaré”, dijo un día sumida en llanto. Pero sus hijos volvieron a ella, la mayor cuando tenía 14 años. Sin embargo, el daño era ya irreparable.

Cuando sus hijos fueron mayores de edad ella se aventuró a buscar aquello que le habían robado, su adolescencia. Quería vivir y encontrar un futuro mejor para ella y sus hijos fuera del país donde había nacido y que cuando más lo necesitaba le dio la espalda. “No quiero volver a vivir en Perú, solo iré, si puedo, de visita”.

Una nueva traición

No sabe muy bien por qué, pero quería conocer Italia. Quién sabe si una imagen, una película, un libro… ese era su sueño. También pensó en México y Estados Unidos aunque “en verdad –dice– siempre había querido conocer Europa”.

Junto a su pareja de entonces decidieron volar a Madrid para emprender un proyecto de vida. Karmen llegó el 29 de marzo de 2023 pero su compañero la traicionó y, aunque él también llegó a España días más tarde que ella, la dejó sola. Desolada y perdida se puso en contacto con un primo suyo que vive en Madrid. Su familiar la acogió y la ayudó durante los primeros meses.

En abril solicitó el asilo. Lo hizo a través de un supuesto abogado que le estafó 350 euros. Seguía con la idea de ir a Italia pero ya no tenía dinero. Buscó empleo. En junio de 2023 se trasladó a Soria parar trabajar de interna en la casa de un matrimonio. Allí permaneció hasta septiembre, porque el encierro en esa vivienda se le hizo insoportable.

Desesperada por no encontrar una salida pide ayuda a Cruz Roja en Madrid, que la acoge y la traslada en noviembre a Sevilla. Llega a la capital andaluza totalmente sumida en una depresión. Psicólogos y médicos la tratan y en julio de 2024 renace de nuevo. Consigue trabajo y abandona la casa de acogida.

En la actualidad vive siempre al filo del abismo. Sin embargo, su fuerza es tan inmensa que cuando cae se sacude y sigue adelante. Karmen es una persona bondadosa y cándida y, a pesar de las heridas que la acompañan, ella sigue esperando, siempre esperando que cambie su suerte.

Umeyma Hussein Abdullahi nació en Somalia. Huérfana de padre y la mayor de seis hermanos, cuando terminó sus estudios básicos su madre la mandó a Nairobi, Kenia, a casa de unos tíos para que allí completara su formación y pudiera hacerse con una profesión que fuera la ayuda y el sustento de toda su familia. Sus familiares la recibieron no como estudiante sino como asistenta. Umeyma se rebeló. Quería estudiar, buscó el camino y lo encontró gracias a la ayuda de su madre. En septiembre de 2023, con 20 años, llegó a Madrid, pidió asilo y en octubre, acogida por Cruz Roja, la destinaron a Sevilla. Siete meses más tarde le concedieron el asilo. En marzo de 2025 abandonó la casa de acogida. Ahora trabaja esporádicamente y comparte piso con compañeras de vida. Su sueño, cambiarle la vida a su madre y estudiar imagen diagnóstica para trabajar en un hospital.

Una tarde de finales de octubre de 2023, Umeyma estaba en una estación de autobuses. Venía de Madrid y lo que más llamaba la atención era su gran tamaño y su escuálido equipaje. Sonreía, siempre lo hace, y miraba con sus grandes ojos que asomaban detrás de unos cristales que apuntaban una importante miopía. No entendía ni hablaba español.

Umeyma llegó al mundo en Beledhawa, una localidad pequeña de Somalia, a escasos tres kilómetros de la frontera con Kenia y a 500 kilómetros de Mogadiscio, la capital somalí. Nació en noviembre de 2003. Es la mayor de seis hermanos y cuando aún era niña su padre, carpintero, falleció de tuberculosis. La madre, Rahma, tuvo que hacerse cargo de todos sus hijos y lo hizo regentando una modesta cafetería con la ayuda de su hija mayor. Estudiaba y cuidaba de sus hermanos y de la casa junto a su madre. Aunque no tenían muchos medios, ella y sus hermanos pudieron acudir a una escuela pública para huérfanos.

Al terminar la secundaria, Rahma mandó a Umeyma a Kenia a casa de unos tíos para que terminara su formación y se forjara un futuro profesional. Tenía entonces 18 años.

El proyecto no resultó. Los tíos de Umeyma no le permitieron estudiar, la acogieron en su casa para limpiar, cocinar y cuidar de sus pequeños primos. Ella quería estudiar y su madre la ayudó a huir de esa situación.

Anhelar otra vida

Las redes sociales, internet o los canales de televisión fijaron su destino en España. Ella misma gestionó su vuelo de Nairobi a Estambul con el dinero que su madre le mandó. Viajaba con pasaporte pero sin visado. Al llegar a Turquía no pudo pasar el control fronterizo. Se quedó a vivir durante 15 días en el aeropuerto de Estambul con su mínimo equipaje y su escaso dinero. Esperó paciente a que le llegara su suerte. “I was waiting for my luck”, dice. Esperó y rezó y una mañana la suerte llegó. Un funcionario decidió mirar para otro lado y sellarle el pasaporte. De Estambul voló a Madrid, donde solicitó asilo nada más aterrizar. Tenía entonces 20 años. Cruz Roja se hizo cargo de ella. Fue el 12 de septiembre de 2023. El 24 de octubre la destinaron a Sevilla. El 1 de abril de 2024 el Gobierno le concedió el asilo.

Permaneció bajo la protección del programa de refugiados de Cruz Roja hasta marzo de 2025. En la actualidad trabaja esporádicamente donde puede. Con ese dinero se mantiene. Comparte piso con otras mujeres que conoció en la casa de acogida. Quiere estudiar y ser radióloga en un hospital. Su objetivo, “cambiarle la vida a mi madre”. Cuando se desespera, espeta: “Mis hermanos están esperando a que yo trabaje y les pueda ayudar”. El más pequeño tiene 10 años.

Umeyma pide que suba al máximo el volumen de la música que está sonando en el coche y que ella misma ha elegido, Ilkacase Qays, una artista de hip hop somalí con millones de seguidores en redes que yo escucho por primera vez. Toma su móvil, se acomoda el pañuelo que le cubre la cabeza, pone morritos, enfoca y hace como que canta. Se ríe como una joven cualquiera, a no ser por un detalle: Umeyma ha nacido en Somalia, donde el 96% de las mujeres y niñas han sufrido mutilación genital y donde la esperanza de vida es de 57 años. Circunstancias, entre otras, que un día le hicieron anhelar otra vida.

Luz Marina Reina y Brenda Ceballos son madre e hija y ambas nacieron en Cali, Colombia. Víctimas de la extorsión y atrapadas en una vida que nos les gustaba, decidieron abandonar su país y a su familia para emprender un nuevo futuro. En agosto de 2023 llegaron a Madrid como turistas y en septiembre solicitaron asilo. Una falsa promesa de trabajo en Los Barrios, Algeciras, les arruinó la vida y se vieron abocadas a pedir ayuda para sobrevivir. Solo un año después de llegar y, gracias a su fuerza, tesón y ganas de vivir, remontaron el vuelo. Trabajan y viven en un “cuartito”. Luz añora a “su” Colombia y a sus otros dos hijos mayores. Brenda sueña con un futuro mejor. Siguen esperando el asilo. Mientras, en el camino, ambas lo iluminan todo porque son luz y vida.

La primavera estaba llamando a la puerta tímidamente. Eran días de principios de marzo, pero ya se notaba en el ambiente. Había ganas de calle y de gente y en el encuentro de aquella tarde con otras mujeres para organizar las actividades de las próximas semanas las conversaciones eran más alegres y ruidosas, más vivas. Luz y Brenda acababan de llegar y eran la alegría en su máxima expresión. Ávidas de conocer y de integrarse en el grupo eran, con diferencia, las que más interés mostraban en lo que se estaba organizando. No parecía que fueran madre e hija porque, a pesar de que más de tres largas décadas las separan, se relacionaban como si fueran amigas.

Luz Marina Reina nació en Cali en 1967, se casó con 25 años y es madre de tres hijos: Sebastián, que nació en 1995, Yeisson, en 1998, y Brenda, en 2004. Regentaba una peluquería en su casa, ubicada en un barrio humilde de Cali y, aunque trabajaba mucho, llevaba una vida relativamente buena y ordenada. Sin embargo, no era feliz.

Una tarde un hombre se acercó a su casa y le pidió “vacunas”, así llaman en Colombia popularmente a las extorsiones de baja cuantía. Si no atendía a su demanda en los próximos días, le dijo, se “llevarían a su niña bonita”. Brenda por entonces era una estudiante adolescente que entraba y salía de casa sin miedo. Aquel aviso desató la angustia de Luz. Cerró su negocio, pidió un préstamo, contactó con una prima que vivía en Málaga y en agosto de 2023 volaron a España.

Llegaron a Málaga el 7 de agosto como turistas. La prima de Luz las recibió. A los pocos días de llegar, Sebastián, el hijo y hermano mayor de Luz y Brenda, les puso en contacto con una mujer colombiana afincada en Los Barrios, Cádiz, que buscaba a una persona para trabajar en una peluquería. Se desplazaron hasta el municipio gaditano. A los cuatro días el supuesto negocio cerró y ellas se quedaron en la calle. En septiembre de 2023 pidieron asilo.

Sin saber muy bien qué hacer decidieron finalmente quedarse en Algeciras. Los ahorros que les quedaban les daban a duras penas para pagarse una habitación que les alquiló un colombiano que habían conocido. Para comer recurren al Banco de Alimentos. Luz hace trabajos de peluquería en la habitación donde viven y esto les ayuda a subsistir.

Imposible ponerle puertas al campo

En diciembre Luz enferma de bronquitis y en enero, sin dinero y sin trabajo, recurren a la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), que les da techo y comida. En ese tiempo madre e hija no dejan de buscar trabajo y de emplearse allí donde sea, lavando platos o de camareras. También por esos días conocerán a Anny, una mujer colombiana casada con un español y afincada desde hace años en España, que será decisiva en su futuro.

Las semanas transcurren y en la precaria situación en la que viven un nuevo tropiezo se cruza en su camino. Un hombre no deja de acosar a Brenda y desde CEAR les aconsejan que abandonen Algeciras por su seguridad. Las derivan a Cruz Roja. En marzo de 2024 llegan a Sevilla a la casa de acogida.

Es imposible poner puertas al campo y la energía, la vitalidad y las ansias de libertad de estas dos mujeres es tal que arrasa con cualquier forma de vida que las obligue a encerrarse. Seis meses después de llegar a Sevilla, Luz se marcha de nuevo a Algeciras para trabajar en el cuidado de una persona mayor sabiendo que es un trabajo temporal que no le garantiza un futuro. Brenda se queda un tiempo más en la casa de acogida. Finalmente, acaba reuniéndose con su madre.

Anny, la amiga colombiana que conocieron casualmente meses atrás, abre una peluquería. Les cuenta que es el sueño de su vida y que le gustaría que trabajaran para ella y así termina siendo. Con lo que ganan, Luz va saldando la cuenta que tenía pendiente en el banco de Cali por el préstamo que pidió para venir a España, una deuda que la tenía totalmente angustiada, y viven en un “cuartito” mientras encuentran una vivienda más amplia que puedan pagar. Siguen esperando que les concedan el asilo.

Luz llora cuando habla de sus hijos y de su marido, pero no tiene la más mínima intención de dejar sola a su hija. Brenda, a pesar de su juventud y de las duras pruebas que ha tenido que vivir, derrocha optimismo. Madre e hija son dos almas nobles que bien podrían ser una porque viven en una comunión perfecta. Cuando se está con ellas es imposible estar triste porque incluso cuando lloran irradian vida, una vida que se acomoda en el corazón y que te invita a no soltarlas de la mano.

Fuente: eldiario.es

2025-08-25T13:32:26+02:00agosto 10th, 2025|Noticias|0 Comments

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